ALGUNAS NOTAS SOBRE LA PINTURA DE MANUEL SANTIAGO MORATO

Siempre que he contemplado obras de Manuel Santiago Morato he sentido una doble impresión de calidad y ternura. La primera tiene que ver con la concepción y ternura del artista, que se muestra, siempre seguro, poderoso, fecundo, la ternura aparece en la contemplación como consecuencia de los temas y de la expresividad de las obras. Gran pintor, Manolo. Al repasar su trayectoria artística, vemos como ha ido construyendo un universo abstracto en el que son posibles –más aún, naturales– las historias que quiere contarnos. Sin narratividad, sin truculencias épicas, sólo a base de su lirismo sustancial. Concepto, estilo, composición y cromatismo regidos por una sintaxis elevadamente poética. El contemplador accede así a un mundo original, personalmente, en el que, sin embargo, se reconoce, a pesar del elevado contenido misterioso que, como poéticas almacenan sus obras.

La realidad y el deseo: la construcción de un espacio armonioso

Desde el punto de vista puramente teórico, la explicación de la creatividad artística, tanto en su origen como en su desarrollo, admite pocas restricciones. Pero es un hecho comprobado que el ejercicio del arte suele estar asociado a alguna forma de desequilibrio. Sería precisamente la búsqueda de una nueva armonía lo que explicaría el impulso creador. la obra de arte es así, el resultado de un cúmulo de reflexiones y sentimientos que estallan en una circunstancia adecuada. Parecen, pues, imprescindibles atributos de un artista la inteligencia y la sensibilidad. Del desequilibrio real nace el deseo de armonía. Y la expresión de sus alcances –y de sus logros– necesita una técnica. Si se da todo eso, nace la obra.

La inteligencia de Manuel es evidente. Ella explica la audacia temática y la selección formal; también, el rigor compositivo y la autocrítica. Cualidades que inciden en el logro de una originalidad espontánea, que supera y controla las aportaciones técnicas y culturales. De formación académica sólida, y con referencias artísticas muy amplias, es, sin embargo, el arte de Morato un ejemplo de independencia y afirmación. Los retos que aparecen en su espíritu van siendo realizados como proceso intelectual que opera sobre realidades sensibles; a las que ofrece cauces adecuados a la finalidad que el artista desea.

Morato, contando con una radical limitación vital, ha querido vivir sus aventuras más profundas en un ámbito armonioso. Y lo ha creado. Para él, para su gozo y su alegría. Dice Ramón en uno de sus más hermosos libros, Nuevas páginas de mi vida, que vale más un corazón alegre que una vida feliz. Esa idea ha sido la clave del devenir artístico de Manolo Morato; la construcción de un mundo mágico en el que hacer posible la alegría de vivir. No en ello evasión, sino encuentro.

Una nueva naturaleza: imaginación y fantasia

Se enfrenta así el pintor a la ambición más elevada de un artista, la creación de una nueva realidad, que sea, en muchos aspectos, más rica que la propia naturaleza. Proceso que puede tener muy diversos arranques, pero cuyo desarrollo es crudamente intelectivo. Sin una poderosa inteligencia, esa ambición se despeña en la nada. En rigor, no hay realismo posible en el arte; el arte es siempre metarrealista. A ello aludía Gauguin al decir que "Beethoven vivía en su propio planeta". Morato ha construido también una naturaleza interior, espiritual, una naturaleza del espíritu.

En esa auténtica creación se dan la mano imaginación y fantasía. Por eso, Chesterton, con tanta lucidez y atrevimiento, llamaba a esa actitud ideológica "la filosofía de los cuentos de hadas". Que ha sido la actitud de Manolo Morato como artista creador. Enamorado de los cuentos de hadas, que concibe y relata de una manera peculiar. Imaginando, primero escenas y personajes, fantaseando, más tarde, las peripecias y aventuras.

El pintor se deleita en el juego de la fantasía –que vuelve y que revuelve el universo imaginado–, a la que nunca deja, sin embargo, despeñarse en el disparate o en la vulgaridad. Y el artista, asombrado y gozoso, asiste al desarrollo del retablo de las maravillas que él mismo ha fabricado. Sin narratividad apenas. Manolo construye escenas en las que la posible narración ha sido suplantada, con mucho acierto, por unas relaciones lógicas mucho más líricas que racionales. Es muy posible que el pintor no controle esa lógica, que se le escapen sus fundamentos, si los tiene, y las leyes de su sintaxis. Pero, firmemente instalado, seguro, en su universo mágico, deja que esa lógica lírica le arrastre, le imponga un orden propio, que el pintor reconoce y acepta entusiasmado. Y se debe al talento de Manuel el que esta lógica, atractiva y alegre, bordee sin peligro la extravagancia y el absurdo.

Lógica de las hadas que, magistralmente, comunica Morato a los contempladores de sus obras. Estamos ante un metarrealismo lírico, que logra despertar en el espectador, emociones estéticas y sentimentales de carácter simpático una especie de confluencia de adivinaciones. La poderosa fantasía del autor logra esquivar lo pintoresco o costumbrista, dando a las obras un sello de generalidad que las remite a un universo intelectualizado, en el que la anécdota tiene siempre un carácter abstracto y, cierto modo soñador.

Mundo de sueños y de ensueños, pero no surrealista. ¿Qué ha dicho Manolo con el tiempo? Como un habilidoso mago, se lo ha guardado en la chistera. Y, en sus cuadros, el tiempo no desarrolla su poder (narrativo, destructivo, terrible). Ni instante ni duración ¿Qué entonces? Una faceta de lo trascendente.

La deformación como necesidad de una estética metarrealista

Con esos presupuestos vitales –lógicos y afectivos–, Morato tuvo que recurrir (y lo hizo con no disimulada complacencia) a la deformación como instrumento de su manera de contar. Deformación temática y formal, impuesta por esa peregrina lógica e los cuentos de hadas. En una larga y apasionante trayectoria aventurada y venturosa, ha ido el artista consiguiendo el control expresivo de sus deformaciones; en el dibujo, en el color, en las proporciones, en la composición, en las simetrías, en los ritmos, en la iluminación, en los símbolos. Con una gracia artística que es fruto de sus grandes recursos estilísticos y técnicos. Manolo Morato nos acerca sus mundos y nos hace dudar, en la fruición contemplativa, entre el humor y la ternura. El contemplador sucede a las escenas propuestas por el artista con una riente naturalidad, sin escabrosidades ni tremendismos.

El dibujo, pujante pero dócil, es el fundamento y, en cierto modo, la rezón de ser de las deformaciones: el color parece subsidiario de la línea, a la que se adapta y completa, pero ese cromatismo tiene tanta riqueza y atractivo que nos resulta inolvidable. En el color se ha deleitado exquisitamente el artista, hasta tal punto, que resulta no sólo expresivo sino también compositivo, estructurante. Cromatismo amplio e inmenso, bien encajado en los recintos formales que el dibujo define. Morato es un enamorado del color, al que dota de una ingenua y sugerente emotividad. Podemos hablar sin miedo de un colorido adolescente no porque le falte nada, sino porque está visto con los mismos ojos que tenía el artista cuando el color le deslumbró, dejándole asombrado y entusiasmado. La gracia del color poetiza todas sus obras. Es un color que no envejece nunca, que mantiene incansable su calidad de heraldo luminoso, de eterno celebrador de la alegría. Se trata, desde luego, de un idealismo cromático. No ha tratado el artista de reflejar, imitándolo, un colorido natural, sino que crea un cromatismo lírico (impecable en el mundo de los cuentos de hadas), que asegura la verdad de sus sueños. El pintor ha mantenido siempre el recuerdo de los colores puros que disfrutó con sus ojos de niño aquel colorido nostálgico (irreal e inolvidable) con el que la imaginación ensoñadora daba vida a los cuentos antiguos. Un colorido firme, cerrado en sí, seguro y armonioso si alambiques y sin treguas, una gama tan simple como virtual.

La intuición y las leyes del arte: el estilo

Un estilo ¿es una ley? El artista que impone a su trabajo creador una ley –o un repertorio de leyes– ¿es el que alcanza un estilo? La ley es siempre expresión de una fatalidad. Y el estilo aunque pueda no negarla, va más allá, busca los puntos débiles de la fatalidad (de la ley) y alcanza su plenitud cuando descubre y expresa excepciones. En los artistas del temple y las condiciones de Morato (inteligencia y técnica seguras) la excepción es intuida. De forma misteriosa a incomprensible; en definitiva, poética. "En rigor –ha escrito Miguel de Unamuno– toda intuición poética es a modo de visión de ceguera". Un artista es un ciego que ve.

Las visiones y ensueños de Morato han sido expresados en una rigurosa "pintura". La valoración, muy bien resuelta, del plano del lienzo, ejerce una potente seducción sobre el espectador más fuerte incluso que el contenido de los temas-, que es invitado a buscar en las dimensiones del cuadro no sólo los colores y formas sino los volúmenes y el movimiento. Pintura rotunda y radicalmente bidimensional, en la que la ilusión espacial no la pone el artista sino el contemplador, arrastrado y guiado por su dibujo sugestivo, excelente, y por un cromatismo deslumbrante. Esta reducción voluntaria y disciplinada a las dos dimensiones propias de la pintura, le deja el campo abierto para las ideaciones, fantasías y para el vértigo crudamente estético en el que tiene lugar el encuentro con la mente que mira. Hasta en las más sencillas e inmediatas creaciones de Morato tiene el espectador la oportunidad de encaminar su propia fantasía hacia una estética ideal. Esa es la dialéctica de amor (cálida y humanista) de un gran pintor seguro de sí mismo.

La belleza es huidiza, y más la artística. Es preciso su acoso, aun aceptando la imposibilidad de su captura, "Mariposa de luz" la llama Juan Ramón en uno de sus libros más bellos (Piedra y cielo 1919); el resultado es azaroso en el mejor de los casos, el artista logrará solamente retener "la forma de su huída", Manolo, que ha soñado y pintado "mariposas de luz", cuentos de hada, está ahora viviéndolos como actos protagonista. Y, al verlo, y al contemplar su obra, nos damos cuenta de que, de alguna misteriosa manera, Manuel Santiago Morato ha sido siempre un elegido.

Jesús Cobo
Presentación catálogo exposición octubre 2011

 

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