SANTIAGO MORATO EN ARTE LANCIA

No es preciso conocer algunas de las dificultades añadidas –existe un cupo obligado de todo creador plástico-, que Manuel Santiago Morato ha de vencer en la realización de cada uno de sus cuadros, para descubrir el verdadero mérito de los mismos. Porque hay un valor intrínseco en cada una de estas, casi siempre pequeñas de formato pero de enorme ambición estética, obras de razón y de fantasía que se manifiestan por sí mismo, sin residuo para la duda o la ambigüedad. No son obras de argumentación menor, menos todavía miniaturas, ni siquiera simples ejercicios para la meticulosidad, aunque el estudio esmerado y la atención a lo nimio, no faltan.

Son en verdad, grandes cuadros, solemnes lienzos, muy serios y empastados óleos, por los que discurre todo un prodigio de imaginación, capaz de otorgar la calidad de la más entonada abstracción, a unas historias inteligibles, en las que los hombres se nos aparecen cubiertos de sus más honorables andrajos, de sus más espléndidas miserias,… son otros tantos escenarios para la dramática ternura del personaje esperpéntico, libros que se abren por la página en que se narran las múltiples formas en que la risa puede mover a compasión y la ironía se tiñe luminosamente de poesía.

Que todo cuanto hemos dicho es poco más que un dato elemental tomado de la simple lectura de la obra plástica de Santiago Morato, se puede comprobar en la galería de arte-Lancia, donde muchos aficionados leoneses acuden cada tarde a ver primero, analizar con serenidad después y, casi seguro, que admirar finalmente, una de las más aleccionadoras muestras de la presente temporada.

Y aún cabe añadir que nos hallamos ante una pintura construida sobre la firme base de un soberano dibujo, de un perfectísimo dibujo, que requiere, sobre el talento, largos y penosos tramos de aprendizaje paciente y atento; porque también en este asunto del arte la improvisación, además de notarse demasiado, acaba por resultar incompatible con la belleza. No es el caso de Santiago Morato, en el que una tarea muy seria de modales profesionales, se une a una extraña capacidad para penetrar en honduras psicológicas, en páramos de fina crítica social, en donde se puede ver, de paso, una fuerte carga de ternura, firmeza y minuciosidad. EN sus lienzos se mueven con garbo los personajes de la vida irreal, o sea de la auténtica vida, ataviados con la mejor y más adecuada indumentaria, o sea, los gorros de colores y los vestidos de comedia.

Nos sorprende aquella manera tan peculiar de ejercer la tristeza en esta redondeada mujer que aprieta contra su tosca y regular corpulencia un doloroso ramo de flores. Y no es la fría composición de expansión surrealista, sino a la simple descripción de una vida en un momento dado. Personas y personajes, tipos de hoy y de ayer, conviven en una especie de sublimación de contrastes cromáticos y caracteres costumbristas.

A.Marcos Oteruelo
Diario de León, mayo 1987

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